Durante estos días se celebra solemnemente el bicentenario de la Gran Revolución
Francesa. Muchos artículos de prensa y programas de televisión dedicados a ese
evento subrayan la importancia de aquellos eventos del año 1789 y los que siguieron
para la creación de un nuevo mundo sobre una base diferente a la anterior.
El anterior concepto del poder político absoluto de los reyes, justificado según la
fórmula “derecho divino”, fue sustituido por el concepto formulado como “soberanía
popular”. Lo mismo sucedió con otros conceptos e ideas en los que se basó el Antiguo
Régimen, los privilegios y la superioridad de rango de la aristocracia basada en la
ascendencia nobiliaria dieron paso a otro tipo de superioridad: la de los poseedores de
dinero, de las personas que se enriquecían a través de la industria, el comercio, la
ciencia y el trabajo. Las antiguas relaciones feudales entre señores y siervos
desaparecieron y surgieron nuevas relaciones de trabajo y negocio acordadas
voluntariamente entre los respectivos protagonistas. Los hombres dejaron de ser
súbditos sin derechos políticos y pasaron a ser ciudadanos. Además, se formularon
declaraciones de derechos de la persona y del ciudadano. Y el pueblo quedó sujeto
sólo a las leyes y no a la voluntad arbitraria de los reyes o cualquier déspota.
Hay que aclarar que todas estas conquistas de la revolución burguesa -expresadas por
el lema: LIBERTAD, IGUALDAD, FRATERNIDAD- no se materializaron
inmediatamente en todos los lugares. De hecho, la historia de los dos últimos siglos
consiste en las luchas incesantes en todas partes del mundo entre las fuerzas que
aspiran a realizar estos ideales y las que se oponen a su realización. En este proceso de
dos siglos, se produjeron nuevas revoluciones tanto en Francia como en otros países.
Algunas de estas revoluciones incluso rebasaron el marco de las aspiraciones
burguesas y tuvieron como protagonistas a otras clases sociales. A veces el progreso
fue rápido, a veces lento, a veces el proceso se detuvo por completo e incluso hubo
retroceso en algunos lugares. Pero, en general, el nuevo mundo ciertamente ha
avanzado y ahora se puede esperar con optimismo que el progreso humano continuará
incesantemente hasta alcanzar las cumbres más altas de los ideales de libertad,
igualdad, justicia, paz y fraternidad humana. Los cambios sociales son cada vez más
profundos y están ocurriendo cada vez más rápido que nunca, y esto no solo en las
relaciones sociales sino también en el campo de la ciencia y la tecnología. En todas las
áreas, la humanidad ha progresado más durante los últimos siglos que durante los
muchos milenios anteriores, y el proceso es cada vez más rápido. Sin duda, el punto
de partida de este proceso progresivo de la época actual fueron los decisivos
acontecimientos del año 1789 en Francia.
No sólo la gente de las épocas posteriores percibieron la importancia de la Revolución
Francesa para la construcción del nuevo mundo. Incluso los contemporáneos de los
hechos de 1789 entendieron que entonces sucedió algo extraordinario en la historia
humana. El hundimiento del Antiguo Régimen fue como un cataclismo para el pueblo
acostumbrado al poder político absoluto de los reyes y a la dominación feudal de los
nobles terratenientes.
Pero esa revolución no fue un hecho fortuito repentino e inesperado. Durante varios
siglos maduraron las condiciones que generaron la ruptura de 1789. La crisis del
sistema feudal fue profunda y duradera, y no sólo en Francia. Tremendas convulsiones
sacudieron el sistema social y político en Gran Bretaña, España, Francia, Alemania...
durante los últimos siglos de la Edad Media y a lo largo de la Edad Moderna. Las
revueltas de los campesinos se hicieron cada vez más frecuentes a partir del siglo XIV.
Estas fueron un signo de la creciente conciencia de las masas campesinas sobre la
irracionalidad e inadecuación de un sistema social que las oprimía en exceso. Pero
junto a los campesinos apareció otro nuevo actor social que desde el primer momento
se oponía a los privilegios feudales de la aristocracia. Se trata de los urbanitas, los
habitantes de las ciudades. La palabra “burgués” en las lenguas derivadas del latín
significaba etimológicamente habitante de la ciudad”. Las ciudades creadas durante
la Edad Media eran aglomeraciones de población formadas por personas que habían
abandonado -ellas o sus antepasados- el medio rural no resignándose ante las cargas
feudales que pesaban sobre la población campesina. En esos lugares florecieron las
artes, el comercio y algunas industrias, y después las universidades. Esas ciudades
eligieron a los reyes como protectores contra las exigencias desmedidas y el poder
feudal de los aristócratas que sustentaban su posición desde sus castillos armados y
fortificados en medio de la zona rural que cada uno de ellos controlaba.
Ese fenómeno quizá no era perceptible a quienes vivían en ese momento, pero en
aquellas ciudades como Londres, París, Toledo, Barcelona, Lisboa, Róterdam,
Florencia y tantas otras estaba el germen del mundo futuro (actual). En ese entorno se
crearon el sistema financiero y los primeros bancos, así como las primeras industrias y
firmas comerciales. En el terreno político, aparecieron entonces las primeras
repúblicas y regímenes parlamentarios de la Era Moderna -caso de Italia donde
florecieron las repúblicas de Venecia, Florencia y otras- y en otros lugares el apoyo
mutuo entre la burguesía (urbanitas) y los reyes sentaron las bases de las monarquías
absolutistas. Pero sobre todo, en ese ambiente se forjaron los nuevos tipos de personas
cuyo destino era transformar radicalmente el aspecto y la esencia del mundo:
intelectuales, marineros, artistas, científicos, investigadores, comerciantes. Todos
estos colectivos humanos fueron los protagonistas de los importantes descubrimientos
que marcaron el inicio de la nueva era: descubrimiento, exploración y conquista de
nuevos continentes, perfeccionamiento del arte de la construcción naval y la
arquitectura, invención de la artillería y la imprenta, expansión del comercio mundial,
y también desarrollo de ideas: el humanismo, la Reforma protestante, y más tarde la
Ilustración y la Enciclopedia.
Todas estas invenciones y elementos ideológicos fueron a la vez el resultado de
cambios sociales y la causa generadora de nuevas convulsiones sociales, que a su vez,
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Moderna antes de la Revolución Francesa fueron los acontecimientos en Inglaterra en
los años 1644-1649. Más de un siglo antes de la Revolución Francesa, en Inglaterra se
produjo una especie de ensayo general de los sucesos de París 1789-1802. La
burguesía, con la ayuda del campesinado y otras capas populares, acabó con el poder
de gobierno de la nobleza, asignó el poder político al Parlamento, derrocó el poder
absoluto de los monarcas, y destronó y finalmente ejecutó al rey...
En este punto debemos prestar atención al contenido político de ambas revoluciones,
la inglesa y la francesa, a las que podemos añadir otros hechos históricos como la
guerra de las Comunidades en el reino español de Castilla (1520-1522), la guerra de la
rebelión de los holandeses contra los reyes Habsburgo de la dinastía española a lo
largo del siglo XVI, los disturbios de la Fronda en Francia durante la infancia del rey
Luis XIV, los disturbios de Esquilache en Madrid (1766)...
En todas estas movilizaciones sociales había un componente extraño. Extraño dentro
del carácter antifeudal general de la actividad del pueblo durante ese largo período de
tiempo, porque estas convulsiones y rebeliones sociales iban dirigidas contra el
absolutismo real además de contra el feudalismo en algunos casos, e incluso en otros
casos la nobleza y las fuerzas populares actuaban juntas. en esos movimientos contra
el poder absoluto de los reyes. Este factor requiere un análisis considerando que la
monarquía absolutista había nacido, en el período de la resistencia popular antifeudal,
como aliado de las fuerzas populares. Antes del siglo XV, los reyes no tenían el poder
que luego caracterizó al sistema monárquico. Entre la nobleza, el rey era sólo primus
inter pares (el primero entre iguales) y los señores nobles estaban ligados a él por el
juramento de vasallaje. Mientras tanto, otros pequeños nobles estaban ligados y
subordinados a los grandes por medio de una similar relación de juramento, y los
siervos ocupaban el lugar base (inferior) de esa pirámide social. Estos estaban
gobernados por los reyes, pero a través de los nobles, no directamente.
Ese sistema funcionó bien durante un largo tiempo. Los señores feudales y los
caballeros respetaban fielmente y hacían respetar la autoridad real. Mientras tanto, se
comportaron de manera paternal con la gente sujeta a ellos. En el idioma español, que
se formó en ese tiempo, la misma palabra “noble” tiene el significado de señor feudal,
de alto rango, y a la vez el de persona de alta calidad moral, y la palabra “caballero”,
además de referirse a los señores de menos alto rango significaba también: sincero,
veraz, fiel, generoso, cuidadoso del honor... El prototipo de los nobles caballeros de
aquella época fue el Cid Rui Díaz de Vivar, sobre el que existen varias leyendas en
nuestro país. Él, como generalmente todos los señores feudales de la época, era un
protector de los campesinos que vivían en los alrededores contra a las agresiones de
los enemigos, y les exigía un moderado impuesto de servidumbre.
Pero poco a poco el sistema se corrompió. Los nobles (sñores feudales) de los siglos
XIV y XV no eran nobles (en el sentido moral del término) en absoluto. Para los
desafortunados siervos rurales sujetos a ellos eran más rapaces que los árabes contra
quienes pretendían defenderlos. Y los “caballeros” no eran nada fieles y caballerosos;
se comportaban con arrogancia y rebeldía contra los reyes. En el reino español de
Castilla hubo gran confusión e inestabilidad a lo largo de los siglos XIV y XV. El
desorden y la infidelidad alcanzaron hasta la propia familia real. A menudo, los hijos y
los hermanos del rey encabezaban partidos contrarios y se enfrentaban en constantes
guerras civiles. Muchos nobles que no respetaban su juramento de vasallaje al rey
luchaban en los distintos partidos enfrentados. Incluso sucedió que cierto rey, Pedro I,
fue asesinado por su hermano bastardo, quien luego lo reemplazó en el trono con la
aprobación de la mayoría de los nobles” señores feudales. Cuando, varios siglos
después, algunos pueblos destronaron y ejecutaron a sus reyes, el ejemplo de la falta
de respeto al pretendido “derecho divino” de los reyes había venido precisamente de
aquellos “nobles” (aristócratas) que más insistían sobre ese “derecho divino”.
Volviendo al asunto de Castilla, la nueva dinastía de los Trastamara quedó para
siempre sujeta a la presión y la fuerza de aquella inmoderada clase de los señores
feudales que tan indecentemente había participado en el establecimiento de aquella
dinastía. La autoridad de los reyes desapareció casi por completo y los
enfrentamientos militares entre los partidos de los señores feudales se hicieron más
frecuentes. En esa caótica situación las clases populares y los reyes se aliaron contra
los señores feudales; no eran aliados naturales sino lo aliados coyunturales, pero
aliados al fin y al cabo. Un proceso similar tuvo lugar en otros lugares; la "Guerra de
las dos Rosas" en Inglaterra y la "Guerra de los tres Enriques" en Francia tuvieron
características similares a la situación descrita de Castilla. Pero en ninguna parte
fueron las contradicciones tan agudas como en España. Por eso el proceso de
evolución hacia la monarquía absolutista, como reacción a la anarquía de la
aristocracia, fue más firme y rápido en España que en todos los demás lugares. En
Castilla durante el reinado de Juan II (1405-1454) este rey fue varias veces
secuestrado y condicionado por las partidos beligerantes de la aristocracia, algunas
ciudades de Castilla fueron ocupadas por los rebeldes, las rentas del reino fueron
asignadas a las grandes familias feudales y el país fue arruinado por una incesante
guerra civil. El asunto fue aún más caótico durante el reinado de Enrique IV, hijo del
anterior.
Pero las contradicciones de esa loca situación llegaron a su culmen. El pueblo
reaccionó contra la corrupción de los “nobles” y apocontra ellos el fortalecimiento
del poder real. Durante la época de los llamados “Reyes Católicos” la autoridad real se
hizo muy poderosa, el campesinado, las poblaciones urbanas, los intelectuales, las
capas inferiores del clero y en general todos los sectores sociales excepto la
aristocracia apoyaron este proceso, que se consolidó y acentuó en las siguientes
generaciones. El sistema feudal persistió pero muy modificado. Los señores feudales
conservaron su poder económico, sus haciendas, pero ya no tuvieron poder político.
Durante el reinado de la dinastía de los Habsburgo en España (Carlos el emperador de
Alemania, Felipe II...) los nobles quedaron como un adorno de la corte real. Los
condes y los duques aún cumplían ciertos roles como ministros, jefes de ejército y
gobernadores pero bajo la firme dirección de los reyes, en cuyas cortes crecía cada vez
más la influencia de los secretarios reales que eran abogados y clérigos. La monarquía
se hizo cada vez más absoluta y el poder de los reyes se volvió indiscutible.
Este sistema de monarquía absolutista fue posteriormente imitado adecuadamente en
otros países. Posteriormente en Francia se perfeccionó el sistema y se alcanzó el nivel
más alto dentro del modelo. La corte de los reyes franceses de Versalles (Luis XIV,
Luis XV y Luis XVI) fue la expresión más completa del poder absolutista de los reyes
y su identificación con el poder del Estado. Allí gobernaba el rey con la ayuda de
cientos de burócratas de origen popular (abogados, ingenieros, arquitectos,
economistas...) y los señores feudales servían únicamente como ornato de la corte,
para acompañar al rey en la cacería y en las ceremonias protocolarias.
Pero también este sistema, la monarquía absolutista, que había tenido un carácter
progresista, se corrompió a su vez. Ya dije que la alianza rey/pueblo no era natural
sino sólo coyuntural. Algunos reyes abusaron de su poder absoluto contra el pueblo.
La mencionada guerra de las Comunidades en España fue una reacción contra la
política errónea del emperador Carlos V. Por errores similares los descendientes
españoles de ese monarca tuvieron que hacer frente a la rebelión de los holandeses. En
nuestro propio país, también fue fruto de ese poder absolutista real la creación de
instituciones como la Inquisición religiosa que impedía la libertad religiosa y que
también es responsable de la expulsión de los judíos y los moros. Igual que el
feudalismo antes, también la monarquía absolutista traicionó la tarea progresista que
le había asignado la Historia.
Pero el error más importante del régimen absolutista fue no comprender que su papel
terminaba cuando habían madurado las fuerzas sociales capaces de reemplazar para
siempre a la antigua aristocracia como clase dirigente. Como antes dije, el primer paso
se dio en Inglaterra a mediados del siglo XVII. Por entonces la burguesía de ese país
logró cierto protagonismo en la dirección del estado junto a la aristocracia, y el poder
absolutista de los reyes empezó a ser limitado. Desde entonces, la situación en ese país
evolucionó en el sentido progresivo de la Historia y, curiosamente, esa evolución tuvo
lugar en relativa paz y armonía desde los hechos revolucionarios mencionados. Este es
quizás el único caso de un proceso de evolución política que se desarrolla
pacíficamente durante un período de tiempo tan largo.
El ejemplo inglés fue para los filósofos franceses de la Enciclopedia el camino a
seguir. Como es sabido, Voltaire, uno de los principales ideólogos de la etapa
prerrevolucionaria, vivió algún tiempo en Gran Bretaña y se inspiró en el sistema
político de ese país.
La Enciclopedia -publicación para la difusión del conocimiento científico, político y
social de la época- tenía como objetivo preparar el evolución pacífico hacia una
sociedad más democrática. Ese desarrollo hubiese podido ocurrir pacífica y
armoniosamente. De hecho, en Francia todas las condiciones: económicas, políticas,
sociales y culturales, permitían esperar que la transición al tipo de sociedad deseado
no fuera traumática. Ya hemos constatado que desde muchos años antes la aristocracia
estaba totalmente sometida al poder real. Los reyes gobernantes de la corte de
Versalles dirigían los asuntos del Estado a través de un nutrido escuadrón de
especialistas en todos los asuntos de gobierno. Este era un importante paso adelante en
la dirección de la intervención popular en la gestión de los asuntos públicos. Ese
proceso hubiera podido continuar por el camino emprendido hasta su gica
culminación: el nacimiento de la democracia.
La combinación de varios factores destruyó el equilibrio necesario en las relaciones de
poder. Desde 1774 era rey de Francia Luis XVI. Aquel hombre, indudablemente
inteligente, careció de la fuerza de carácter de sus antecesores para persistir en la
política de la dinastía. Desde el comienzo de su reinado cayó bajo la influencia de la
aristocracia que por entonces recuperó algo de fuerza. Los enormes gastos debido a las
guerras en las que intervino Francia arruinaron el erario blico. Mientras tanto los
nobles eran ricos y pretendían transformar su poder económico en poder político. Su
intervención en la toma de decisiones políticas al más alto nivel era cada vez más
perceptible. La reina María Antonieta apoyó estas intenciones desde arriba. En
consonancia con los intereses de esa clase que buscaba recuperar su anterior poder, se
decretó que a los nobles se les concediese la exención de pagar impuestos. Por
entonces el clero de la iglesia era otra clase importante que tenía muchos privilegios.
En consecuencia, el mantenimiento de la lujosa corte de Versalles y otras necesidades
del Estado recayeron sobre el pueblo, la entonces llamada Tercera Clase. Esa
Tercera Clase estaba formada por todas las capas del pueblo: los campesinos y los
habitantes pobres de París y otras ciudades -que entonces morían de hambre a causa
de las malas cosechas de los años anteriores- y los diversos grados de la burguesía
entre los que había muy ricos y otros menos ricos. Pero por entonces toda esa masa de
gente era conocida con el mencionado título de Tercera clase” o “Tercer estado”.
Posteriormente, durante el desarrollo de los hechos revolucionarios de los años 1789-
1799, estas diferencias dieron lugar a contradicciones y enfrentamientos entre las
distintas capas de esa Tercera clase, que marcaron especialmente el carácter cruento
de la Revolución Francesa. Pero el estudio de ese período revolucionario se aleja del
propósito de este artículo que pretende únicamente analizar los antecedentes de la
Revolución.
La revolución llegó inevitablemente cuando el camino de la evolución pacífica fue
cerrado imprudentemente por la corte de Versalles interrumpiendo lo que había sido la
tradición de la dinastía borbónica desde la época del ministro Richelieu e incluso
antes. Las clases y capas populares, y entre ellas principalmente la burguesía y la
intelectualidad entendieron que en adelante quedaban solas en el camino hacia el
destino democrático de la sociedad, sin la cooperación de la corona que había existido
hasta entonces. En la constitución que posteriormente redactaron estas fuerzas, a los
reyes se les asig el papel de ser sólo un pináculo decorativo de un sistema
democrático (la guinda del pastel), un pináculo decorativo que podía existir o no. Hoy,
de hecho, todas las constituciones estatales del mundo imitan de alguna manera los
modelos inglés y francés, forjados en las respectivas revoluciones de esos países, y
declaran solemnemente la soberanía popular. Muchas dinastías reinantes en el mundo
se han adaptado a esa fórmula que es la principal conquista de la Revolución Francesa
y signo del progreso de la Historia hacia la plena libertad humana. Incluso la dinastía
más antigua, la de los emperadores de Japón tuvo que asumir este carácter para poder
seguir existiendo. Y cayeron definitivamente antiguas y prestigiosas dinastías como
las de China, Alemania, Austria, Rusia y Etiopía, que pretendían marchar a
contracorriente de la Historia con la intención de perseverar -más allá de todo límite
razonable- en el régimen absolutista.
De nada serviría este repaso a los antecedentes históricos de la Revolución Francesa si
no extrajésemos de él alguna enseñanza. La lección que nos aporta nuestro estudio es
que todo sistema social, toda clase dirigente, es capaz de subsistir sólo en tanto
cumpla el papel que la Historia le asignó. Vimos como el sistema feudal y luego el
régimen absolutista fracasaron al corromperse y actuar sólo de acuerdo a intereses
egoístas que se oponen al progreso de la libertad y la justicia entre los pueblos. Hoy
gobiernan aún las fuerzas que tomaron la antorcha de la Historia durante la
Revolución Francesa. La burguesía sigue siendo la clase dominante de nuestra
sociedad. Pero en ninguna parte está escrito que la dirección de la sociedad por esa
clase tendrá que seguir y seguirá para siempre. La sociedad debe seguir evolucionando
hacia el pleno desarrollo de relaciones justas entre las personas. Esto no se logró bajo
el dominio burgués, y la Historia dio a luz a otras fuerzas más sensibles que la
burguesía a ciertos problemas humanos como la explotación social y económica del
hombre por el hombre, el racismo, etc. y estas fuerzas, como el proletariado, se
atrevieron a emprender en algunos lugares sus propias revoluciones y sus propios
programas.
Dado que vivimos en la época en que se desarrollan estas nuevas fuerzas -una
alternativa a la Historia para asegurar el progreso continuo de la humanidad-, no
somos capaces de mirar la situación en perspectiva como lo hicimos con los
antecedentes de la Revolución Francesa. Sólo podemos conjeturar que estas u otras
fuerzas se desarrollarán necesariamente y estarán listas para cumplir su papel si alguna
vez la burguesía es una barrera infranqueable para el progreso humano. Si hacemos un
balance de la actividad de la clase dirigente hasta la fecha, encontramos en ella frutos
de diversa índole. En primer lugar, bajo el liderazgo burgués la sociedad alcanzó un
nivel muy alto de progreso material. La ciencia y la tecnología se han desarrollado
enormemente, y la industria aprovechó algunos descubrimientos de la ciencia y la
tecnología para mejorar el nivel de vida humano. Este resultado sin duda justifica ante
la Historia las fuerzas que lo lograron. Por otra parte, también hay frutos malos en el
mismo árbol. El capitalismo, el colonialismo y el imperialismo han traído explotación,
dolor e infelicidad a millones de seres humanos. Ahora la duda es si nuestra sociedad
logrará emprender los cambios necesarios pacíficamente, mediante un desarrollo sabio
y armónico, o por el contrario seguirán siendo necesarias guerras y revoluciones para
realizar la marcha hacia las metas humanas. Pero no hay duda de que esta marcha
continuará, y que la humanidad generará y genera también en nuestra era, como
sucedió durante la Edad Media, los tipos humanos que darán a luz al nuevo mundo.
Quiero creer que entre esos tipos de personas progresistas que darán a luz a un mundo
más justo, más libre y más pacífico, están los/las esperantistas.
Faustino Castaño - Gijón, 14 de Julio - 1988